
El confinamiento en Nueva York para contrarrestar los efectos del Covid-19 ha dado paso a un nuevo escenario ambiental en una de las ciudades más importantes de Estados Unidos, sobretodo, en el Central Park donde ya no se aprecian a personas jugando béisbol, ni carruajes de caballos, tampoco a turistas, pues, ahora solamente se oye el canto de los pájaros y algunos hombres caminando.
El parque de más de 340 hectáreas, posiblemente el espacio verde urbano más famoso del mundo, suele hervir de actividad humana al comienzo de la primavera. Pero este año el protagonismo lo tiene la vida salvaje.

«La energía es tranquila, escuchas a los pájaros, escuchas el viento de una manera diferente», dijo a la AFP el exbailarín de ballet Timothy Foster, de 66 años, mientras paseaba a su perro Charlie cerca del castillo Belvedere, en el parque.
Más de 40 millones de visitantes llegan al Central Park cada año, y un enjambre de personas los recibe para venderles comida u ofrecerles paseos en bicitaxis o shows de breakdance.
Muchos llegan a rendir homenaje a John Lennon en el memorial de Strawberry Fields dedicado al difunto Beatle, o posan para fotos frente a una fuente similar a la de los créditos de apertura del show de televisión «Friends».
Pero desde que los neoyorquinos recibieron la orden de hacer cuarentena a mediados de marzo, cuando la ciudad se convirtió en el epicentro de la pandemia de Covid-19 en Estados Unidos, el parque se ha convertido en un lugar para hacer rápidas caminatas en solitario y reflexiones sombrías, más que en un sitio para picnics y ruidosos deportes en equipo.

Lo más surrealista es la imagen de las 12 carpas blancas que componen un hospital de campaña con 68 camas en medio de una gran pradera verde en el lado este del parque, que atiende a pacientes de coronavirus enviados desde centros médicos vecinos.

El brote coincidió con el florecimiento de los cerezos, las magnolias y los manzanos silvestres del Central Park, así como con la migración primaveral de aves de Norteamérica.
Reinitas del pinar amarillas y sinsontillos cerúleos juguetean junto a magnolias blancas y arces rojos, sin el ruido constante del tráfico terrestre y de los aviones.
«Puedes escuchar más llamados, más cantos», dijo David Barrett, autor de un libro sobre las más de 200 especies de aves que pasan tiempo en Manhattan cada año.
«Hay menos gente, menos perros, así que los pájaros no están tan asustados», dijo a la AFP.
«El parque está realmente cumpliendo con su propósito original», dijo Elizabeth Smith, presidenta de la Central Park Conservancy, una organización sin fines de lucro que ayuda a mantener el parque.
«Casi todo el mundo que se me acerca me dice ‘Menos mal que tenemos el parque, ¿qué haríamos sin él?’. Ha sido un salvavidas para tanta gente», dijo a la AFP.